16/05/2019 | 2 minutos de lectura
En pleno período de renovación de directorios en muchas empresas en Chile, vale la pena debatir sobre las capacidades, habilidades y, especialmente, el comportamiento ético y la integridad de quienes dirigen las organizaciones.
Las
empresas han avanzado de manera importante en implementar buenas prácticas, en
línea con las nuevas exigencias del entorno y un escenario que exige a las
organizaciones un nivel de cumplimiento que va más allá de lo legal e incluye
lo reputacional.
Dicho
eso, y más allá del análisis legal o regulatorio, vale la pena plantear una
discusión de fondo sobre el rol y competencias que caben en los directorios, y
en quienes lideran a las organizaciones en el contexto actual.
Y
es lo último, precisamente, lo que ha presentado uno de los principales
desafíos al momento de conformar directorios. Primero, porque este nuevo
entorno económico, político, social y (sobre todo) tecnológico ha obligado a
las empresas a replantearse, adaptarse e innovar.
Segundo,
porque todo lo anterior ha generado el surgimiento (necesario) de nuevos
perfiles de liderazgo y nuevos roles dentro del gobierno corporativo.
El
reciente fallo por el caso de colusión de los pollos es un claro ejemplo de
aquello. Se trata de una práctica donde no hubo acción ni comunicación directa
entre los involucrados. Estos matices, que hace algunos años eran considerados
“aceptables”, hoy son fuertemente castigados no sólo por la justicia (como en
este caso), sino por los consumidores y la opinión pública en general, con el
daño reputacional y de imagen que ello conlleva.
Ahora,
que estamos en pleno período de renovación de directorios en muchas empresas en
Chile, vale la pena debatir sobre las capacidades, habilidades y,
especialmente, el comportamiento ético y la integridad de quienes dirigen (y
también de quienes integran) las organizaciones.
Una
de las principales exigencias para los candidatos hoy es, precisamente, su
disposición a defender y explicar sus decisiones como director desde el punto
de vista de la ética y las buenas prácticas.
Sin
embargo, lo anterior debe ir acompañado de una visión estratégica que le
permita anticipar posibles amenazas y especialmente situaciones que hoy (no
antes) constituyen un riesgo y pueden afectar fuertemente la imagen o incluso
la supervivencia de una organización.
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